El aborto es solo para ricos
La carcunda capitalista y también la clerical, han comenzado a vociferar como posesos ante la pretendida revisión de la ley del aborto.
En cierto modo veo razonable su actitud en tanto en cuanto esa carcunda privilegiada sigue queriendo que el aborto, al igual que el divorcio, siga siendo cosa de ricos.
No están muy lejanos esos años en que la gente adinerada mandaba a sus hijas a las clínicas londinenses, bajo la excusa de que se iban a la capital del Reino Unido a “ampliar sus conocimientos de inglés” o que iban a recibir tratamiento por médicos especializados ya que a muchas de ellas se les hinchaba el abdomen por “un problema de gases” al que los médicos españoles no sabían dar solución. Algunos hasta argumentaban que su niña se iba una temporada a Inglaterra por que su salud le exigía “un cambio de aires”. Yo más diría que lo que necesitaban era un “cambio de aguas”.
Las leyes del aborto y del divorcio están de algún modo estableciendo una igualdad de clases sociales, únicamente en estos dos aspectos, claro está, que la carcunda ricachona y algunos clérigos retrógrados no están dispuestos a tolerar. La práctica del aborto y al divorcio es cosa de ricos. Los ricos podían y pueden, de hecho algunos lo siguen haciendo, mandar a sus hijas y esposas a abortar allende nuestras fronteras y los que se quieren divorciar disponen del Tribunal Eclesiástico de la Rota, institución que disuelve matrimonios con hijos porque, según este tribunal, el matrimonio “no se ha llegado a consumar”. Pero claro, para que un tribunal dictamine tal despropósito hace falta disponer de una buena “pasta”. Con dinero se va a todas partes.
Queda claro que a los ciudadanos corrientes y molientes se les quiere hurtar su derecho a ser libres para decidir sobre su cuerpo en lo que respecta al aborto y sobre sus compromisos matrimoniales en lo que se refiere al divorcio.
Los poderes económicos y eclesiásticos quieren ejercer su intervencionismo y su poder en todo aquello que afecta a la libertad individual de las personas. Todos recibimos el primer palo nada más nacer, pero hay otros que se empeñan en que los demás los sigan recibiendo de por vida.
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