La barca de Caronte
Desde la Unión Europea se dictan normas para regular la entrada de inmigrantes en Europa y desde algún país, caso de Italia, se promulgan leyes y normativas para declarar la inmigración ilegal como un aspecto más de la delincuencia. Otros gobiernos, como el español, se muestran más proclives a tratar adecuadamente el problema que supone la inmigración descontrolada y resolverlo teniendo en cuenta a las personas, como tales, y a su tragedia personal y familiar.
Dictan normas sin pararse a meditar sobre que hay más al interior de esa orilla o de ese puerto desde parten las pateras con destino a España. Nuestro país es para los inmigrantes subsaharianos la puerta de Europa. La puerta de la esperanza, la puerta de la supervivencia. Todos sabemos, pero es más sencillo y cómodo ignorarlos, los motivos por los cuales los que arriban a nuestras costas a bordo de embarcaciones que en muchos, demasiados, casos supone el viaje hacia la nada, hacia la muerte, por qué se juegan la vida, pero no solamente la suya sino tambíen los de sus hijos de muy corta edad, en algunos casos bebés. Cuando describimos las causas de su decisión de abandonar su país nos da la impresión de estar usando unos tópicos e incluso de denunciar una situación tan grave haciendo demagogia sobre ello cuando no es así. Esos motivos existen y desgraciadamente son muy reales y es precisamente por ello por lo que no podemos dejarlos en el olvido sino todo lo contrario: hay que tenerlos siempre muy presentes.
El principio de solidaridad se hace más necesario y se entiende mucho mejor cuando los que vivimos en un país desarrollado sufrimos ligeros vaivenes negativos en nuestra economía y en nuestro bienestar y en esos momentos, en esos tiempos un tanto difíciles, es cuando hay que pensar en que mucha gente no se ve privada, temporalmente, como nosotros de cambiar de coche o yéndose vacaciones por esos mares de Dios a bordo de un lujoso barco, la economía sube y baja en esas partes del mundo desarrollado pero no lleva a millones de personas al hambre y a la desesperación, son ciclos normales a los que estamos ya acostumbrados, pero en el caso de los inmigrantes no tienen ni unas míseras sandalias, mucho menos coche, y sus cruceros no los hacen viajando en esos casi idílicos y majestuosos barcos en busca de utilizar bien su tiempo de ocio y divertirse al máximo, no, estos lo hacen en embarcaciones que son, en muchísimas ocasiones, un remedo de la barca de Caronte.
Menos normas y más solidaridad y efectividad a la hora de tratar este grave problema.
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