Celebremos la Navidad
En estos días previos a la celebración del nacimiento de Jesucristo y en estos malos tiempos que corren todos intentamos levantar el ánimo y celebrar esta efeméride con la máxima alegría, sentimiento este que no entiendo porqué es de obligado cumplimiento en estos días que se avecinan, máxime si tenemos en cuenta que si bien los creyentes pueden estar contentos por conmemorar un año más el nacimiento de Jesús, la humanidad entera debe reflexionar en este día tan señalado si el ejemplo que dio Cristo lo hemos entendido y asumido plenamente, aunque todo indica que no, las guerras, la miseria, la pobreza, el hambre y la muerte por inanición campan a sus anchas a lo largo y ancho de nuestro mundo, un mundo donde los sentimientos nobles y el amor al prójimo están en situación decadente y me temo que casi en vías de extinción.
No entiendo como cuando leemos en la presa noticias como la publicada por este diario el pasado día 8, donde se nos informaba de que 90.000 niños que habitan en la provincia de Alicante son víctimas de la pobreza y que en España hay 2.300.000 niños en pobreza extrema o bajo el umbral de la pobreza y que en nuestra provincia 7.500 niños son atendidos por la Cruz Roja, no entiendo, repito como nos podemos sentir alegres y felices cuando no solamente se dan estos casos en otros hogares sino que en el seno de nuestra familia nos encontramos en situación de precariedad económica. Cuando se destapa una pandemia nadie está libre de sufrir sus efectos. La FAO informaba en su día de que hay más de cinco millones de niños que mueren de hambre en el mundo cada año y que hay más de 900 millones de personas mal nutridas. Celebramos, unos por su carácter festivo y otros con alegría al alborozo por la conmemoración del nacimiento del hijo de Dios, el cual según las Sagradas Escrituras vino al mundo para salvar a los hombres, para redimirlos de sus pecados, pero hay interrogantes, preguntas, que nos llevan a dudar de si sirvió para algo el martirio y la muerte de Cristo. Dos mil años después muchos de los mal llamados seres humanos están pecando continuamente y haciendo uso y abuso de la confesión y de la comunión diaria y mientras esto ocurre el mundo, sus gentes, son cada vez más egoístas y por tanto más insolidarias. Vivimos en unos tiempos en los que el grito de “¡Sálvese quien pueda!” se oye con más intensidad y frecuencia que nunca.
¿Qué mundo, que sociedad es esta donde los mayores no sabemos cuidar de los niños? ¿Para qué tanta celebración religiosa si a la hora de la verdad somos incapaces de poner en práctica nuestra responsabilidad de velar por los más débiles? Celebramos el nacimiento de aquel que vino a redimir al mundo de sus pecados y cada vez pecamos más convirtiendo esa celebración en una escena en la que los figurantes demostramos nuestra faceta más histriónica y yo me atrevo a decir que muy bien aderezada con una generosa dosis de cinismo.
Como al principio he dicho corren malos tiempos. Estamos en manos de gobernantes y de políticos donde buena parte de ellos viven de espaldas a la realidad y en los cuales parece ser, por su forma de expresarse y de hacer, que en sus familias no existe la más mínima carencia y si a esto le añadimos que la ciudadanía ha claudicado, ha arrojado la toalla y ha bajado los brazos se puede decir sin temor al más mínimo equivoco, aquello de que el que calla otorga. Son minoría los que salen a la calle a manifestar su descontento y una gran mayoría los que se quedan en su casa esperando que les llegue la hora de ser “ejecutados”, estos últimos están cometiendo un grave error. Se supone que en un Estado democrático, como dicen que es el que “disfrutamos” los españoles, todo el mundo puede mostrar su parecer sobre lo que hacen los gobernantes, aunque, como pretende el Gobierno, un simple policía te pueda imponer una multa por hacerlo. Pero sí, hemos claudicado ante los que ostentan y abusan de su poder y buena prueba de ello es que no hace de esto muchos años, nos referíamos al mileurista como un pobre desgraciado y ahora decimos de aquellos que cobran un salario de 600 o mil euros al mes que son unos privilegiados.
En cualquier caso, las personas de mi generación, y me refiero a los que nos quedan cuatro días mal contados, nos iremos con la pena, la amargura y el pesar de haber dejado a nuestros nietos un futuro, no ya incierto, este albergaría alguna esperanza, sino un futuro sin porvenir. Celebremos la Navidad.
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