La calle ya no es de Fraga
Los que ya son un poco “mayorcitos” como yo, recordarán aquel año de 1975 en el que murió el dictador. Recordarán que se formó el primer gobierno del rey Juan Carlos, presidido por el franquista Carlos Arias Navarro. De aquel Gobierno formó parte Manuel Fraga Iribarne, ocupando el cargo de ministro de Gobernación, cargo equivalente al actual de Interior. Bajo su mandato en el ministerio en 1976 Fraga acuñó la frase de “la calle es mía” tras el intento de la oposición de manifestarse el Primero de Mayo, a lo cual Fraga se negó.
Pues bien, la calle ya no es de Manuel Fraga, la calle es ahora de los fumadores que han sido arrojados al arroyo por motivo de la ley que prohíbe fumar en los espacios cerrados. Los que tienen problemas para dejar de fumar han tomado la calle, porque la ley así lo permite, para poder seguir fumando y cuando sus pulmones no aguanten más, pasar sus últimos días “enganchados” a una botella de oxigeno, como es el caso de dos íntimos amigos míos que cada dos por tres sus familiares tienen que llevárselos de prisa y corriendo al área de urgencias del hospital para estar unos cuantos días inhalando oxigeno puro para salir un poco recuperados y así hasta la próxima visita a urgencias. Y todo ello por el dichoso tabaco. Debo decir que el que esto escribe, o sea yo mismamente, dejó de fumar hace más de quince años, exactamente el uno de noviembre de 1995. Tres días antes, el 28 de octubre de dicho año, le dije a un compañero de trabajo, que por cierto murió casi con el cigarrillo en la mano: “Elías, dentro de tres días, el Día de todos los Santos, dejo de fumar”. Me miró con incredulidad y me respondió: “Tú, tú con tres cajetillas diarias vas a dejar de fumar. Vamos anda, eso no te lo crees ni tú”. Pues sí, me lo creí y deje de fumar y eran tres cajetillas diarias, el día que me controlaba, que el día que me “desmadraba” no sabía ya cuantas cajetillas eran. Y no lo pasé mal, créame usted querido lector, filosóficamente me dije durante las primeras semanas: “Pascual, igual que te has acostumbrado a fumar te tienes que desacostumbrar”, los humanos somos animales de costumbres, y no sentí el “mono” ni nada de eso. Y así hasta hoy. Comprendo a los fumadores, pero no entiendo nada cuando me dicen algunos que les es imposible dejar el tabaco. ¡Ah! y no, no soy uno de esos conversos, ex fumadores, que les molesta que fumen a su lado, en absoluto, pero entiendo muy bien a los que sí les molesta y también les perjudica el humo del tabaco: a los fumadores pasivos.
De todos modos una cosa sí que no previene la ley que afecta a los fumadores y esta no es otra que ahora en invierno bien, no pasa nada, la gente sale poco a las terrazas de las cafeterías porque hace frío pero sí lo hacen, obligados por ley, los fumadores, pero no olvidemos aquello que dice: “Ya llegará el verano” y cuando ese verano llegue y a los no fumadores les apetezca estar en una de esas terrazas en esas largos días de calor veremos qué es lo que va a ocurrir cuando en la mesa de al lado esté alguien echando más humo que la chimenea de un tren. Ya veremos entonces de quien es la calle.
Pues bien, la calle ya no es de Manuel Fraga, la calle es ahora de los fumadores que han sido arrojados al arroyo por motivo de la ley que prohíbe fumar en los espacios cerrados. Los que tienen problemas para dejar de fumar han tomado la calle, porque la ley así lo permite, para poder seguir fumando y cuando sus pulmones no aguanten más, pasar sus últimos días “enganchados” a una botella de oxigeno, como es el caso de dos íntimos amigos míos que cada dos por tres sus familiares tienen que llevárselos de prisa y corriendo al área de urgencias del hospital para estar unos cuantos días inhalando oxigeno puro para salir un poco recuperados y así hasta la próxima visita a urgencias. Y todo ello por el dichoso tabaco. Debo decir que el que esto escribe, o sea yo mismamente, dejó de fumar hace más de quince años, exactamente el uno de noviembre de 1995. Tres días antes, el 28 de octubre de dicho año, le dije a un compañero de trabajo, que por cierto murió casi con el cigarrillo en la mano: “Elías, dentro de tres días, el Día de todos los Santos, dejo de fumar”. Me miró con incredulidad y me respondió: “Tú, tú con tres cajetillas diarias vas a dejar de fumar. Vamos anda, eso no te lo crees ni tú”. Pues sí, me lo creí y deje de fumar y eran tres cajetillas diarias, el día que me controlaba, que el día que me “desmadraba” no sabía ya cuantas cajetillas eran. Y no lo pasé mal, créame usted querido lector, filosóficamente me dije durante las primeras semanas: “Pascual, igual que te has acostumbrado a fumar te tienes que desacostumbrar”, los humanos somos animales de costumbres, y no sentí el “mono” ni nada de eso. Y así hasta hoy. Comprendo a los fumadores, pero no entiendo nada cuando me dicen algunos que les es imposible dejar el tabaco. ¡Ah! y no, no soy uno de esos conversos, ex fumadores, que les molesta que fumen a su lado, en absoluto, pero entiendo muy bien a los que sí les molesta y también les perjudica el humo del tabaco: a los fumadores pasivos.
De todos modos una cosa sí que no previene la ley que afecta a los fumadores y esta no es otra que ahora en invierno bien, no pasa nada, la gente sale poco a las terrazas de las cafeterías porque hace frío pero sí lo hacen, obligados por ley, los fumadores, pero no olvidemos aquello que dice: “Ya llegará el verano” y cuando ese verano llegue y a los no fumadores les apetezca estar en una de esas terrazas en esas largos días de calor veremos qué es lo que va a ocurrir cuando en la mesa de al lado esté alguien echando más humo que la chimenea de un tren. Ya veremos entonces de quien es la calle.
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