¡Hola, amigos!
Después de un mes y once días de haber estado sin poder comunicarme con ustedes a través de este periódico, de nuevo vuelvo a hacerlo desde que aquella noche del 8 de mayo pasado tuve que salir “pitando” para el hospital al que llegué en unas condiciones bastante malas. La “cosa” ha sido muy fuerte y lo he podido contar gracias a que con la precipitada salida hacia el hospital salí de casa sin ningún tipo de documentación, dado lo cual cuando estaba para entrar en el cielo el portero me negó la entrada porque iba “sin papeles”. Otro tanto me ocurrió cuando intenté entrar en el infierno. Pude haberme quedado en el limbo pero como es sabido hace un tiempo que el Vaticano lo suprimió. Creo que por este motivo y gracias a la sabiduría, inteligencia y profesionalidad del cirujano cardiovascular que me operó puedo de nuevo hacer lo que más me gusta: Comunicarme con la gente y hacerle partícipe de cómo veo y pienso yo las cosas.
Se dice, cuando uno le ve las orejas al lobo, que solemos replantearnos nuestro modo de vida y que hay que cambiar muchas cosas tanto en la forma de ser como en la de tomarse las cosas con una cierta filosofía en la que debe imperar la calma, la sensatez y un cierto “pasotismo” a la hora de meterse en polémicas o de preocuparse demasiado por todo aquello que en realidad a nivel individual no podremos poner nunca en orden. Esto yo lo tengo bastante difícil, lo reconozco porque me conozco muy bien, por tanto he decidido seguir como siempre porque que es la vida si no puedes hacer lo que realmente te gusta y te motiva. Lo único que tengo decidido es que voy a hacer caso de las indicaciones del médico en cuanto al hábito alimentario se refiere y llevar mucho cuidado en todo lo relacionado con los esfuerzos físicos, aunque a mi edad esta advertencia médica no hace falta que me la recuerden.
En fin, amigos, que aquí estoy de nuevo y quiero aprovechar para expresar mi agradecimiento a todos aquellos que se han preocupado por mí, que debo decir con mucha alegría que han sido muchos y a mi familia, mi esposa y mis hijos, que se están portando conmigo muchísimo mejor de lo que me merezco y en especial a un cirujano cardiovascular llamado Antonio García Valentín y a su equipo del hospital de Alicante al que le debo el poder seguir viviendo. Gracias a todos.
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