El ocaso de las autonomías
Está más que probado que en esta vida, antes o después, todo tiene su fin y el Estado de las autonomías no podía ser una excepción. El modelo autonómico está claro que ha fracasado, pero no porque el mismo no fuera viable ni necesario, todo lo contrario, era de todo punto imprescindible para dar a este país un sistema de autogobiernos que de alguna forma viniera a satisfacer las justas aspiraciones de desarrollo de cada comunidad o región sin la tutela del Estado.
Pero este modelo de autogestión no ha fracasado porque haya estado mal diseñado, no, se ha malogrado por la mala gestión, la incompetencia y el manejo del dinero público sin marcar ningún tipo de prioridades por parte de quienes en distintas etapas han sido sus “administradores”. Estos han sido incapaces de sacarlo adelante.
Los que de alguna forma más o menos directa vivimos aquellos momentos preautonómicos, recordamos aquella pugna por acceder a la autonomía a través del artículo 143 o 151 de la Constitución, que creó serios y acalorados debates entre el entonces Gobierno de la UCD y aquellas pretendidas autonomías controlados por los socialistas, por la izquierda en general, el referéndum andaluz fue una prueba de ello. Todas esas energías e interés que los políticos de la época pusieron en este empeño no han servido para nada porque aquellos a los que cedieron el mando no han sabido timonear adecuadamente un barco que al principio se le presumía muy marinero pero que ha acabado hundiéndose por la falta de pericia y de buen hacer de sus pilotos.
A diario estamos viendo testimonios del fracaso de esta iniciativa que en su día fomentó muchas ilusiones y buena prueba de ello la tenemos en que recientemente las comunidades de Madrid y Murcia han pedido al Gobierno de España el que este se haga cargo, retome, las transferencias que en su día hizo a estas comunidades en materia de Educación y Sanidad, y Valencia y Castilla la Mancha amenazan con hacer lo mismo, algo que choca frontalmente con esas ansias de antaño de ir reclamando más y más transferencias competenciales al Ejecutivo central, ahora les sobran y quieren hacer dejación de las más importantes. A esta muestra de desinterés podemos añadirle el caso de la secretaria general del Partido Popular, María Dolores de Cospedal, recientemente elegida presidenta de la comunidad de Castilla-La Mancha, su interés por los asuntos de su región es más que corto, no hay más que ver que pasa más tiempo en Madrid actuando en su cargo orgánico dentro del PP, que en Toledo desarrollando las funciones propias de una presidenta de un Gobierno autonómico, lo que demuestra muy fehacientemente, el poco interés que despierta en este caso por comunidades gestionada por la derecha, la cuestión del desarrollo de la España de las autonomías, solo les sirve para ir “colocando” gente a costa de los contribuyentes.
Que nadie se equivoque y vaya a pensar que con este comentario estoy haciendo un guiño a esos trasnochados de “España, una, grande y libre”, al contrario, estoy abogando por la creación de un Estado federal que sin duda alguna sería más eficaz y operativo sin una tutela tan fuerte por parte de “papá Estado” como la actual, lo que propiciaría el que los dirigentes de cada federación o comunidad federada cargarían con mayor grado de responsabilidad en la gestión ante los ciudadanos. Como se suele decir: Al no darles el pescado tendrían que aprender a pescar. En definitiva: Que cada palo aguante su vela y a quien Dios se la de san Pedro se la bendiga. Buscando eso sí, fórmulas para ejercer la solidaridad con aquellas federaciones económicamente más débiles. Esto nos llevaría a darle una mayor utilidad al Senado que hoy por hoy nadie sabe para qué sirve, salvo para que desde el Congreso se le mande algo ya aprobado por los diputados y que los senadores digan lo contrario para volver otra vez a su punto de origen, al Congreso, para que estos lo vuelvan a ratificar y sea lo que habilite ese documento. Un Estado federal convertiría a los senadores en verdaderos representantes elegidos, como ahora sí, directamente por el pueblo, pero con matices, funciones y actividad política muy distinta y sin duda alguna, mucho más positivas. El nexo de unión entre representantes y representados sería, seguro, mucho más rentable tanto social como políticamente. Esta es mi modesta opinión y como veo las cosas, para más amplios diagnósticos y posibles soluciones, doctores tiene la iglesia, pero creo que no exagero cuando digo que nos hallamos ante el ocaso del Estado de las autonomías. Esto va mal tirando a peor.
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