Al maestro armero
Respetable señor: Me tomo el atrevimiento de escribirle a usted, perdone, no me he presentado, me llamo Crisanto Buendía y me dedico al pastoreo en un pequeño pueblo de la meseta y le escribo para hablarle de lo siguiente: Aunque le supongo bien enterado de todo lo que está aconteciendo en España, un país donde todo lo malo crece, el paro, los impuestos, los copagos, el pienso para el ganado, en fin que le voy a contar a usted. Pero si quiero hacer hincapié en lo que está pasando con los golfos, ahora les llaman corruptos, de guante blanco cuyo crecimiento supera en mucho al parto que tuvo hace unos días la marrana del Samuel, al que aquí se le conoce como Samuel el Morrudo, y que como le decía su puerca parió dieciséis marranillos en un solo parto.
Yo me entero de estas cosas que están pasando gracias al pequeño aparato de radio que siempre llevo conmigo pues como le he dicho soy pastor y me paso el día andando de aquí para allá por los montes controlando a las ovejas, por cierto, por lo que se dice en la radio me da la impresión de que hay más ovejas en los pueblos que en los montes, espero que nadie me entienda mal y se enfade conmigo, lo digo sin intención de ofender y mucho menos de comparar.
La cosa es, señor armero, que a mí, fíjese usted qué manía más tonta, se me ha metido en la cabeza que esto de que haya cada vez más golfos de guante blanco, o corruptos como les llaman ahora, hay que ver la forma de atajarlo y he pensado que en España debe haber autoridades, y creo que también hay políticos, se que algunos cobran sueldo por serlo, que deberían meterle mano a la cosa. He pensado en que debería intervenir y poner las cosas en su sitio el presidente don Mariano Rajoy, pero por lo que oigo en la radio veo que anda muy ocupado jugando todos los días al tenis con ese señor que se quiere ir de España y no entiendo porque no se va cuando tantos españoles se están marchando todos los días a otros países, no le veo yo el mayor problema a la intención de esta persona que parece que no se encuentra a gusto en España. También he pensado en el ministro de Justicia, ese señor, que si no he entendido mal, me puede castigar si una de mis ovejas tiene un aborto, pero por lo que yo he podido colegir, está muy ocupado para que lo del aborto salga bien y le nombran cardenal o como mal menor cura párroco de la iglesia de su barrio, por lo cual no dispone de tiempo para acabar con la golfería de alto copete. He pensado también en que los jueces también podrían hacer algo, pero he me dado cuenta de que bastante trabajo tienen con algún que otro fiscal que les llama de todo, y no muy bueno, mientras defiende a capa y espada a aquellos a los que los jueces consideran que han hecho “algo” que no está bien. Eso sin contar con que aquellos a los que los jueces les están buscando las cosquillas tienen todo el derecho a decir que le pongan otro juez que “este no me gusta”. Por ahí tampoco se puede hacer nada. He pensado también en el defensor del pueblo, no, no me refiero a Robín de los Bosques, estoy hablando de ese que es nombrado por los políticos para defender a los ciudadanos de esos mismos políticos que lo han puesto ahí, pero por lo que estamos viendo a este pobre señor, o señora, no le hacen caso ni en su propia casa, por tanto tampoco sirve para lo que yo deseo. No me he olvidado del Rey, pero está en situación de baja médica.
Visto lo dicho, he pensado en si las autoridades del pequeño pueblo en que yo vivo, o sea, el alcalde, el cabo de la Guardia Civil, el señor cura y el boticario podrían imponer su autoridad, pero claro hay que comprender que se trata de una pequeña aldea y los golfos de categoría viven en grandes pueblos y ciudades, aunque estas cosas también están pasando en los pequeños pueblos, sin ir más lejos en mi pueblo se han levantado muchos comentarios, maliciosos todos ellos, porque en el bar, él único que hay, el dueño no le cobra al alcalde el café que este suele tomarse por las mañanas y claro, hay para pensar mal, muy mal, si tenemos en cuenta que todo comienza por un simple café y al final vemos como el alcalde pasa a ser dueño de una gran plantación de ese oro negro. En fin, que solo me queda usted como último recurso y teniendo en cuenta eso que decimos los españoles de que “eso que lo arregle el maestro armero” que vea si usted lo puede solucionar. Perdone las molestas y muchas gracias. Crisanto Buendía.
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