Nuevos políticos. Nuevas formas.
Los habitantes de la caverna tanto política como mediática andan estos días rasgándose las vestiduras por la actitud de los nuevos personajes que han aparecido en la escena política española y en los cuales se observa una actitud de cercanía, de empatía, de compromiso y de solidaridad con los ciudadanos, todo lo contrario de lo que hasta hace poco se carecía en la forma de hacer de la clase política de este país cada vez más encorbatada, trajeada, montada en coches oficiales y refugiada en los despachos o clavados en sus escaños y por tanto alejada de la realidad social y económica de los españoles.
Estos cavernarios se escandalizan al ver como unos alcaldes, concejales e incluso presidentes de CC AA, se oponen con su presencia a que la policía lleve a cabo un desahucio o se ponen al frente de una manifestación o concentración ciudadana en defensa de sus derechos y libertades, son los representantes directamente elegidos por el pueblo y por tanto tienen la obligación de estar junto a él en todo aquello que pueda afectarle y que de hecho le afecta, negativamente.
Estos trogloditas ponen el grito en el cielo argumentando que todo debe seguir el cauce legal por la vía política, cuando la historia, la larga historia, nos ha demostrado que jamás las personas han alcanzado altas cotas de bienestar como consecuencia de una iniciativa política en la que con anterioridad no haya habido presión popular de algún tipo. Los grandes logros sociales y económicos, el mayor o menor grado de bienestar, así como la salvaguarda y el derecho a las libertades individuales se han gestado o engendrado en la calle, en las fábricas, en los distintos lugares de trabajo, en los medios estudiantiles y en los casos de hambre, miseria y totalitarismo, echándose al monte. Pocos son los logros conseguidos por iniciativas parlamentarias o gubernamentales y los que se han obtenido han sido, la gran mayoría de ellos de poco calado y de menor incidencia en lo que a la consecución de una mejor calidad de vida se refiere. Lo normal, que debería serlo pero no lo es, es que las cosas, las cosas buenas y positivas para todos, se consigan desde la desde la racionalidad, la mesura y el buen entendimiento y no desde la protesta popular, fruto del descontento general, como lamentablemente viene sucediendo porque la clase política está en otras cosas que le afecta en lo personal, olvidándose de que hay millones de personas que lo están pasando mal, muy mal.
Estos reaccionarios, tan reaccionarios como cavernarios, se “sublevan” por la aplicación de las nuevas formas y modos de hacer en política van, según ellos, contra la ley sin reparar, bueno, sí se dan cuenta, pero no quieren reconocerlo públicamente, en que cuando se produce cualquier movimiento social es porque la sociedad, en su inmensa mayoría, ha advertido que determinada norma va en contra de sus legítimos derechos e intereses, estos carcas lo saben pero hacen oídos sordos a las legítimas quejas y reivindicaciones de la ciudadanía. En lo que a mí respecta yo no conozco precedente alguno que confirme que una norma haya sido promulgada, reformada o derogada por pura iniciativa política sin que, como antes he dicho, haya habido protestas y movimientos en la calle. Lamentablemente y repito lo dicho, los políticos, los que hasta ahora ha habido, solo, en gran mayoría, ha habido excepciones, han actuado bajo presión. El pueblo es quien siempre ha escrito la partitura y al final ha sido el Gobierno de turno quien le ha puesto l música. Eso sí, cuando ya no le quedaba otra salida.
Sí, las normas se pueden cambiar, hasta las más longevas, voy a poner un ejemplo que demuestra que esto es así y que estas centenarias leyes se pueden derogar cuando los ciudadanos, en este caso los españoles, se dan cuenta que de que determinada ley les perjudica y que realmente no sirve para nada con los nuevos tiempos. Todos recordamos que la ley que amparaba el servicio militar obligatorio fue derogada hace ya casi quince años, en el año 2000, después de 165 años en vigor, y que desde luego esa decisión no fue una dádiva que el entones presidente del Gobierno, José María Aznar, concedió a los jóvenes españoles, no lo fue en absoluto, fue como consecuencia de la constante protesta de los declarados y conocidos como “insumisos”, de los “objetores de conciencia” y de los movimientos pacifistas, después de décadas de protestas, de manifestaciones callejeras, de encadenamientos, de sufrir sanciones penales y de tener que prestar el servicio militar sustitutorio. Así de este modo se ha conseguido siempre el promulgar leyes justas y derogar o modificar las injustas. El método a emplear es antiquísimo y lleva camino de seguir siéndolo. Es de esperar que con los nuevos políticos, con las nuevas formas, todo cambie a mejor.